Era grande, más bien enorme. Un gran paquidermo repatingado sobre una frágil y miserable silla, componiendo en conjunto una escena fantástica, onírica, que desafiaba las leyes de la física y de la misma realidad.
Era cuestión de tiempo para que la silla cediese, era absolutamente ilógico que esa miserable sillita pudiera soportar su titánico peso, que esas cuatro miserables patas, cuatro patéticos tubos de acero (en el mejor de los casos, pero era bastante improbable, ya que era una silla de dudosa calidad), pusiesen sostener por más tiempo mucho más de 120 kilos de carne, grasa y huesos.
Los adultos guardaban silencio, intentando alejar su vista de aquella montaña de grasa, luchando por mantener el decoro, pero era una tarea casi imposible, el espectáculo producía el mismo tipo de ansiosa fascinación que generan dos trenes que están apunto de chocar frontalmente.
Los niños aguardaban expectantes, planteando teorías e hipótesis, o incluso apostando, a ver quién era capaz de determinar, ya fuera por lógica o intuición, el momento exacto en el que la estoica (y heroica) silla, se desplomaría bajo el peso de aquella criatura que era el equivalente humano a una ballena azul.
Todo sucedió muy rápido. Fue como un relámpago.
De pronto, con gran estruendo, una de las delgadas patas metálicas cedió, haciendo tambalearse a la gran mole, que tras permanecer suspendida en el aire durante un ínfimo instante, se precipitó hacia el suelo, el cual pareció curvarse bajo su peso, según relataron después algunos de los presentes que se encontraban más cerca en el momento de los hechos.
Tras unos segundos de silencio y estupor general, toda la gente comenzó a moverse de golpe, como al romperse un hechizo, algunos hombres diligentes se acercaron a la mole que gemía lastimosamente, aún en el piso, mientras se balanceaba en una patética lucha por levantarse.
Los niños por su parte comenzaron a contrastar sus impresiones, y pagar las apuestas realizadas a los respectivos ganadores.
Por último, mientras cinco hombres luchaban por alzar a la gran criatura, desde el fondo de la habitación resonó violentamente: una carcajada.